miércoles, 23 de junio de 2010

Relato de cómo llegué a ser padre (I)

Bienvenidas y bienvenidos.
Relatos desde la Paternidad pretende ser un espacio de reflexión sobre la paternidad. Para inaugurar el blog qué mejor que hacerlo con la crónica del nacimiento de mi paternidad. He aquí la primera parte del relato. Espero la disfruten.

Parece que fue ayer dice la canción y así me sigue pareciendo. Miércoles 19 de mayo de 2010, cerca de las cinco de la tarde me habla para avisarme que tuvo un poco de sangre, pero que no me preocupe, que no ha sentido contracciones. No me preocupo pero sé que ha llegado el momento y me apuro a entregar calificaciones y cerrar asuntos pendientes en la universidad. Ya en el auto, de regreso a casa, trato de recordar las cosas que aún nos quedan por comprar: la fruta para los jugos pues dicen que se necesitan cosas que den energías, lo del flan napolitano… Ya en casa la veo bastante tranquila, aún conserva esa tranquilidad que tuvo durante todo el embarazo, sin embargo tiene un aire como de ausente, como de preparación para un largo viaje. Me dice que sí y después olvida lo que le estaba platicando. Hace un esfuerzo por concentrarse y me cuenta que habló con las parteras que nos van a acompañar, que necesita enviarles los resultados de los últimos análisis. Acordamos ir a las compras y después pasar a un cibercafé a enviar estos papeles. Ya en las compras, al ir hablando y ver que me veían raro volteo a ella y no la encuentro, vuelvo la mirada atrás y la veo detenida, con la vista clavada en el piso, sosteniéndose de una columna: tiene su primera contracción. Voy con ella y al preguntarle si estaba bien, pone el dedo en la boca y me pide silencio. Sé que todavía no es el momento pero mejor apurar la vuelta a casa. Terminamos la compra, vamos al ciber y una breve discusión pues ella se desespera con estas maquinas y a mí me empieza a parecer inoportuno esto de andar entregando análisis en estos momentos pues las contracciones continúan. Subimos al auto, respiro profundamente y le tomo de la mano, una discusión es lo que menos necesitamos.
Ya en casa empezamos a tomar la frecuencia de las contracciones. Son las nueve de la noche y éstas vienen cada 20 minutos. A las diez de la noche vienen cada 15 minutos. Nos tomamos de las manos, frente a frente, y nos decimos que no pasa nada, que hay que estar tranquilos, que la energía se necesita para después. Y sin embargo, empiezo a sentir un ligero cosquilleo en las palmas de las manos y me cuesta trabajo doblar los dedos. Algo similar a lo que sentía cuando estaba en la fila para descender a rappel por la pendiente de una montaña, siendo que me dan miedo las alturas y me ponen nervioso los puentes peatonales. Pero llega un poco de tranquilidad cuando las parteras nos avisan que vienen para acá, que en cuanto preparen sus cosas emprenden el viaje. Un viaje de más de dos horas, desde la ciudad hasta la sierra.
Con esta noticia le digo que tiene que descansar, ahorrar energías. Así que le pido que trate de dormir. Entretanto hay que terminar los últimos preparativos. Armar la tina y llenarla, el aroma de lavanda en el baño y la recamara, esterilizar las telas… continuas visitas a la recámara para ver cómo está, qué necesita.
2 de la mañana del 20 de mayo de 2010. Llegan las parteras, la revisan y le dicen que va muy bien pero que trate de descansar. Se van todos a descansar y yo con cosas por terminar. Que la tina no venía completa, idear algo para que quede, preparar las bolsas, los recipientes. Extenuado me tumbo en el sofá en el silencio de la noche. Vienen a mi mente muchos recuerdos. Mi padre recién muerto el primero de ellos. Lo veo pequeñito, encogido y sonriente en la última noche vieja. Escucho las últimas palabras que me dijo a través de la línea telefónica unos pocos días antes de morir: “Yo estoy bien, no te preocupes por mí, pero sólo te voy a pedir una cosa, que cuides mucho a mi nieto”. Siento un nudo en la garganta que me duele profundamente. Me enjuago las lágrimas y trato de pensar en otra cosa. Agito la cabeza y me viene a la mente su mirada en la noche de Sevilla, su mirada en esa que sería la primera de muchas noches en que nos quedáramos a dormir en la calle al encontrarnos sin dinero en un país ajeno. Esa noche en la que los dos, en medio de la lluvia totalmente empapados y con nuestras mochilas al hombro, supimos que éramos el uno para el otro y que íbamos a pasar por muchas situaciones difíciles pero que siempre íbamos a estar ahí, el uno para el otro.
Esa mirada me devolvió el ánimo y más resuelto volví a la recámara. La tina seguía llenándose. El murmullo del agua se confundía un poco con su respiración. Dormía, aunque regularmente aceleraba su respiración y se contraía. Podía ver que en medio de sus sueños realizaba sus ejercicios para controlar el dolor. Me recosté detrás de ella y la abrace. En cuanto sintió mi cuerpo tomo mis brazos y los estrecho aún más a ella. Miré el celular para ver la hora: 3: 30 de la mañana. Me sentí profundamente cansado, alargué el brazo y apague la lámpara. Después… el sueño.

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