jueves, 24 de junio de 2010

Relato de cómo llegué a ser padre (II)



4:30 de la mañana, empieza lo que sería una larga jornada. Escucho, en medio del sueño, lo que parece un largo gemido en la lejanía, un aullido casi apagado. Sin comprender bien de qué se trata volteo y le veo ahí, a un lado, hincada sobre la cama y ahogando su grito entre las almohadas. Sentí frio. Literalmente me quede helado, como encantado por su lamento. Después de un momento reaccione. Me puse detrás de ella y le presione las caderas. Así empezó lo que a mí me pareció una eternidad. En cada contracción presiona las caderas. Entre contracciones relaja, acaricia su espalda, aliéntala, anímala. En un momento me sentí desorientado, no sabía si lo estaba haciendo bien, ella parecía no darse cuenta de mi presencia y no me respondía nada. Sin saber qué hacer, me sentí torpe, nunca he sido muy bueno con los masajes y aquello parecía no funcionar. Sin embargo ella me detuvo del brazo al sentir que me alejaba. No me dijo nada pero ese gesto fue suficiente para mí. Vamos bien, me dije. Le sugerí probar la tina. Quizás ayudaría. En el agua se transformó. Ya no ahogaba sus gritos sino que ahora gritaba sin trabas. Empujaba su espalda hacia mí y apoyaba sus pies en el otro extremo de la tina, elevando el cuerpo y arqueándolo y gritaba, aullaba un largo aaaaaaaaaaaarrrrrrrgg…Yo le hablaba poco, como quien se encuentra a un sonámbulo y tiene miedo de despertarlo, le susurraba. En las breves treguas que nos daban las contracciones ella soltaba su cabeza sobre mis hombros y permanecíamos así sin decir nada, como embrujados. El sudor corría por nuestros cuerpos pero no me sentía cansado. En un momento ella se llevó una mano a su pelvis y ahogó un grito, susurrando me dijo “ven, toca, toca…” Tomo mi mano y la llevo entre sus piernas. Como si fuera fuego retire la mano inmediatamente… era su cabello. Ahí estaba…

Sin darnos cuenta pasamos de una habitación semi oscura apenas iluminada por una pequeña lámpara a una habitación totalmente iluminada, con un sol radiante que se asomaba por las ventanas. Se empezaron a escuchar voces en el exterior que después desaparecieron. Entraron las parteras y empezaron a revisarla: la presión, la temperatura… apuntes en sus cuadernos y a alentarla. “Lo estás haciendo muy bien… ya viene…” No sé… pero sentí que se había acabado el encanto de la noche, de nuestra soledad en la noche donde volvimos a estar más unidos que nunca, donde no hacían falta las palabras. Ahora eran instrucciones y más instrucciones… “respira… grita con el estomago, así, así…”

Esto pareció detener todo. Habíamos llegado a un momento en que podíamos tocar su cabello y verlo a través de un espejo y sin embargo, ahora ya no avanzaba. Seguían las instrucciones: que si mejor cambias de posición, que apriétale las caderas… Debo confesar que empecé a sentirme un poco contrariado: me sentía como la persona a la que se le promete que se le va a enseñar a conducir un auto y el instructor es el que termina manejando.

Hay que salir de la tina porque el trabajo no avanza, preparar la silla de parto, colocarnos… me coloco detrás de ella y le abrazo, quiero decirle tantas cosas, animarla, pero creo que las palabras están de más, así que sólo le abrazo por detrás. La partera, como si se tratará de un último intento, le toma las manos y le dice “Tu bebe ya está aquí, te voy a ayudar, cuando venga la siguiente contracción puja, grita muy fuerte y cuando te diga dejas de pujar y sopla muchas veces para que no te vayas a rasgar”.

Viene la contracción, la partera le pide que puje pero ella no la escucha, ya está aullando con un largo aaaaaaaaaaaaaarrrrgg todavía más profundo que los anteriores y de pronto todo se acelera, la partera grita “para, para” pero ya no sirve de nada. Yo sentí como una corriente de aire caliente que me inundó el pecho y trate de ahogar el grito pero no pude porque sentí que me quemaba y de lo más profundo de mi ser emití un grito breve, profundo, casi un lamento. Salió violentamente, de forma completa, tan violenta que a las parteras por poco se les escapa. No llora, sólo mueve los brazos. Pide se lo den e inmediatamente busca su pecho. No puedo dejar de ver como mama su pecho, su cabello tan largo, sus brazos también cubiertos por abundantes bellos. Las parteras afanadas con la placenta pues ésta ha salido prácticamente al mismo tiempo y de pronto una de ellas pregunta “pero qué es” y todos a asomarnos para saber qué es. Dice una de ellas “es una bebe”. Yo trato de ver pero no logro distinguir nada. No me lo puedo creer… una bebe, contra todas las predicciones una bebe como tanto lo desee y lo soñé.

Nació a las 11.35 de la mañana del 20 de mayo, exactamente a las nueve lunas de la fecha en que la procreamos. Se rasgo por la forma tan violenta en que salió. ¿La causa? Un cordón umbilical muy corto dicen las parteras. Lo que siguió son las cosas que se hacen en tales casos: la evaluación de la niña, la aspiración de sus fosas nasales, pero yo seguía como fuera de este mundo hasta que escuche por primera vez su llanto cuando la estaban midiendo y pesando. Un llanto fuerte pero que a mí me pareció hermoso. Pero había que ponerse las pilas. Preparar el desayuno, avisarle a la suegra para que viniera a apoyarnos, ayudar a las parteras a empacar, ayudarle con la niña. Cuando le acompañe al baño vi que algo no estaba bien. Orinó y grito de tal forma que le dije “parece que estás volviendo a dar a luz”. Las parteras mencionaron que se debía al desgarre. Nos dieron indicaciones del cuidado de la herida y emprendieron el camino de regreso a la ciudad por la tarde y volvimos a quedarnos solos. Pero ahora ya no éramos dos sino tres...


2 comentarios:

  1. ay fran pero que lindo

    que lindo que de tan conectados tu mismo sentiste mucho del parto, me regocijo por ti y por tu familia.

    Espero ella siga mejor del desgarro, lo feo son los primeros dias, despues, es lo de menos

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  2. Hola Gaby, muchas gracias por tu comentario: el desgarro mejoró inmediatamente, sin embargo también sufrió una fractura en la uretra pero ya está mejorando. Recibe un saludo.
    Fran

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