martes, 21 de febrero de 2012


Día internacional de la Lengua Materna

Hoy 21 de febrero se celebra el día internacional de la lengua materna y este puede ser un buen pretexto para educar a nuestros hijos en la tolerancia y la diversidad. Esa diversidad que muchas veces nos negamos a ver.

México es un país de gran diversidad cultural y esa diversidad se ve reflejada en los centenares de lenguas que se hablan en México. Sin embargo, esta riqueza cultural está seriamente amenazada pues el 27% está en peligro de desaparecer.

Esto es una problemática a nivel mundial pues cada dos semanas desaparece una de las aproximadamente 6000 lenguas que se hablan en el mundo. Estados Unidos, Canadá y Australia son las regiones en las que la desaparición de idiomas es más veloz. El 89% de los idiomas tribales que quedan en EEUU está en inminente peligro de extinción. En el estado de Oklahoma, por ejemplo, al menos 14 idiomas han dejado de hablarse en los últimos años.

Debido a que las lenguas se encuentran en constante evolución, sus cambios y su muerte son fenómenos conocidos desde hace mucho tiempo. Perdidas en la memoria se encuentran lenguas que desaparecieron sin dejar rastro alguno. Otras guardan aún sus secretos celosamente, desafiando la inteligencia e imaginación de investigadores que todavía no han logrado descifrarlas. Algunas han evolucionado y originado otras nuevas lenguas. Sin embargo, lo preocupante hoy en día es la velocidad con que este fenómeno se está dando.

Cuando se pierde un idioma, no son sólo palabras, sino que también desaparece una forma de conocimiento que muere con el lenguaje. Cuando se extingue una lengua desaparece con ella un concepto del mundo. La desaparición de miles de lenguas de pueblos indígenas en todo el mundo podría constituir una seria amenaza para el medioambiente, además de suponer la pérdida de importantes culturas y tradiciones, según un informe de las Naciones Unidas. El estudio calcula que el 90% de las lenguas del mundo podrían desaparecer durante el próximo siglo, y con ellas, conocimientos relevantes sobre la naturaleza. La sabiduría tradicional del pueblo, según la ONU, incluye secretos sobre cómo tratar el entorno y la tierra, que han pasado de boca a boca durante siglos y que respetan las características del medio ambiente en que se desarrollaron. Se trata de "secretos de la naturaleza, contenidos a menudo en canciones populares, en cuentos y en artesanía de los pueblos indígenas que podrían perderse para siempre sepultados en el proceso de globalización actual".

La estigmatización de las lenguas indígenas campea por todo lo largo y ancho de nuestra sociedad, al considerarlas un lastre para la sociedad, un atraso para la región y el país, lo cual es una percepción totalmente sesgada. 500 años de dominación en México han creado una actitud negativa hacia las lenguas indígenas, aun entre sus propios hablantes, quienes han sufrido discriminación, hostigamiento y hasta burlas por usar su habla fuera de su comunidad, entonces no quieren que sus hijos padezcan lo mismo.

Eduquemos a nuestros hijos en la tolerancia y la diversidad para que aprendan a convivir con todas las lenguas que se hablan en México y las vean como patrimonio y no como lastre. Del siguiente enlace podemos bajar un juego en Word para inculcarle a nuestros hijos el respeto a la diversidad: http://www.inali.gob.mx/guarda_voces/general/juegos.html

Saludos y celebremos la gran riqueza lingüística de nuestro país.


jueves, 10 de febrero de 2011

La paternidad es cosa mía


Una vez pasado el alumbramiento viene la crianza. Demasiado se dice que nadie nos enseña a ser padres y que los niños no vienen con manual. Estas frases buscan subrayar la dificultad de ser padres y la necesidad de prepararse para ello. Pero no hay que preocuparse demasiado de esto pues ya tenemos a nuestro alcance una gran cantidad de recursos que nos ayudarán en esta tarea. Libros, estudios, talleres, cursos, diplomados, nuestros padres, primos, vecinos, pediatras y hasta el desconocido de la parada del bus están ahí, listos para apoyarnos en nuestra empresa.
Por un lado la ciencia y por el otro la experiencia. La estimulación temprana, baby Einstein y otros métodos nos dicen, apoyados en sesudos estudios, como formar adultos brillantes, seguros, independientes y amables. Por el otro lado, la experiencia de que con Manuelito yo le hacía esto y a Miguelito nunca le hice esto otro nos muestra los hermosos ejemplares que han logrado criar. Todos tienen algo qué decir y es claro que no todos están de acuerdo. Así, criar a un bebé se convierte en un feroz campo de batalla de teorías y experiencias encontradas donde hasta el más despierto puede sentirse confundido.
Ante este panorama, y a riesgo de parecer grosero, a todos aquellos que me han recomendado un libro, que me han brindado un consejo, que me han advertido de serias consecuencias y hasta al pediatra que ha opinado sin ser consultado, les digo “gracias… pero la paternidad es cosa mía”. Desisto de la ciencia y la experiencia. Me niego a aceptar el que no posea un conocimiento instintivo que me indique como criar a mi hija.
Al momento del parto hubo algo que me indicó qué hacer, y ese algo no fue ni la ciencia ni la experiencia. Ahora sé que si mi hija llora es porque tiene un malestar y su llanto me mueve, inmediatamente, a buscar identificar ese mal-estar y evitárselo. Podrán decirme que estoy destruyendo sus pulmones al no dejar que se fortalezcan o que la estoy convirtiendo en una mujer caprichosa y manipuladora o que no le estoy enseñando que a este mundo se viene a sufrir, lo cierto es que prefiero pensar que simplemente no sabe hablar y que es muy pequeña para poder solucionar su mal-estar por sí sola. Hace algún tiempo tuve una perrita que era muy obediente e inteligente pero cuando escuchaba llorar a alguno de sus cachorros nada le impedía acudir a su lamento: para esto ni a ella ni mí nos sirve de nada la ciencia y la experiencia.
Si alguien me lee, un saludo y un abrazo, si no, no hace falta decir nada.
Fran

jueves, 24 de junio de 2010

Relato de cómo llegué a ser padre (II)



4:30 de la mañana, empieza lo que sería una larga jornada. Escucho, en medio del sueño, lo que parece un largo gemido en la lejanía, un aullido casi apagado. Sin comprender bien de qué se trata volteo y le veo ahí, a un lado, hincada sobre la cama y ahogando su grito entre las almohadas. Sentí frio. Literalmente me quede helado, como encantado por su lamento. Después de un momento reaccione. Me puse detrás de ella y le presione las caderas. Así empezó lo que a mí me pareció una eternidad. En cada contracción presiona las caderas. Entre contracciones relaja, acaricia su espalda, aliéntala, anímala. En un momento me sentí desorientado, no sabía si lo estaba haciendo bien, ella parecía no darse cuenta de mi presencia y no me respondía nada. Sin saber qué hacer, me sentí torpe, nunca he sido muy bueno con los masajes y aquello parecía no funcionar. Sin embargo ella me detuvo del brazo al sentir que me alejaba. No me dijo nada pero ese gesto fue suficiente para mí. Vamos bien, me dije. Le sugerí probar la tina. Quizás ayudaría. En el agua se transformó. Ya no ahogaba sus gritos sino que ahora gritaba sin trabas. Empujaba su espalda hacia mí y apoyaba sus pies en el otro extremo de la tina, elevando el cuerpo y arqueándolo y gritaba, aullaba un largo aaaaaaaaaaaarrrrrrrgg…Yo le hablaba poco, como quien se encuentra a un sonámbulo y tiene miedo de despertarlo, le susurraba. En las breves treguas que nos daban las contracciones ella soltaba su cabeza sobre mis hombros y permanecíamos así sin decir nada, como embrujados. El sudor corría por nuestros cuerpos pero no me sentía cansado. En un momento ella se llevó una mano a su pelvis y ahogó un grito, susurrando me dijo “ven, toca, toca…” Tomo mi mano y la llevo entre sus piernas. Como si fuera fuego retire la mano inmediatamente… era su cabello. Ahí estaba…

Sin darnos cuenta pasamos de una habitación semi oscura apenas iluminada por una pequeña lámpara a una habitación totalmente iluminada, con un sol radiante que se asomaba por las ventanas. Se empezaron a escuchar voces en el exterior que después desaparecieron. Entraron las parteras y empezaron a revisarla: la presión, la temperatura… apuntes en sus cuadernos y a alentarla. “Lo estás haciendo muy bien… ya viene…” No sé… pero sentí que se había acabado el encanto de la noche, de nuestra soledad en la noche donde volvimos a estar más unidos que nunca, donde no hacían falta las palabras. Ahora eran instrucciones y más instrucciones… “respira… grita con el estomago, así, así…”

Esto pareció detener todo. Habíamos llegado a un momento en que podíamos tocar su cabello y verlo a través de un espejo y sin embargo, ahora ya no avanzaba. Seguían las instrucciones: que si mejor cambias de posición, que apriétale las caderas… Debo confesar que empecé a sentirme un poco contrariado: me sentía como la persona a la que se le promete que se le va a enseñar a conducir un auto y el instructor es el que termina manejando.

Hay que salir de la tina porque el trabajo no avanza, preparar la silla de parto, colocarnos… me coloco detrás de ella y le abrazo, quiero decirle tantas cosas, animarla, pero creo que las palabras están de más, así que sólo le abrazo por detrás. La partera, como si se tratará de un último intento, le toma las manos y le dice “Tu bebe ya está aquí, te voy a ayudar, cuando venga la siguiente contracción puja, grita muy fuerte y cuando te diga dejas de pujar y sopla muchas veces para que no te vayas a rasgar”.

Viene la contracción, la partera le pide que puje pero ella no la escucha, ya está aullando con un largo aaaaaaaaaaaaaarrrrgg todavía más profundo que los anteriores y de pronto todo se acelera, la partera grita “para, para” pero ya no sirve de nada. Yo sentí como una corriente de aire caliente que me inundó el pecho y trate de ahogar el grito pero no pude porque sentí que me quemaba y de lo más profundo de mi ser emití un grito breve, profundo, casi un lamento. Salió violentamente, de forma completa, tan violenta que a las parteras por poco se les escapa. No llora, sólo mueve los brazos. Pide se lo den e inmediatamente busca su pecho. No puedo dejar de ver como mama su pecho, su cabello tan largo, sus brazos también cubiertos por abundantes bellos. Las parteras afanadas con la placenta pues ésta ha salido prácticamente al mismo tiempo y de pronto una de ellas pregunta “pero qué es” y todos a asomarnos para saber qué es. Dice una de ellas “es una bebe”. Yo trato de ver pero no logro distinguir nada. No me lo puedo creer… una bebe, contra todas las predicciones una bebe como tanto lo desee y lo soñé.

Nació a las 11.35 de la mañana del 20 de mayo, exactamente a las nueve lunas de la fecha en que la procreamos. Se rasgo por la forma tan violenta en que salió. ¿La causa? Un cordón umbilical muy corto dicen las parteras. Lo que siguió son las cosas que se hacen en tales casos: la evaluación de la niña, la aspiración de sus fosas nasales, pero yo seguía como fuera de este mundo hasta que escuche por primera vez su llanto cuando la estaban midiendo y pesando. Un llanto fuerte pero que a mí me pareció hermoso. Pero había que ponerse las pilas. Preparar el desayuno, avisarle a la suegra para que viniera a apoyarnos, ayudar a las parteras a empacar, ayudarle con la niña. Cuando le acompañe al baño vi que algo no estaba bien. Orinó y grito de tal forma que le dije “parece que estás volviendo a dar a luz”. Las parteras mencionaron que se debía al desgarre. Nos dieron indicaciones del cuidado de la herida y emprendieron el camino de regreso a la ciudad por la tarde y volvimos a quedarnos solos. Pero ahora ya no éramos dos sino tres...


miércoles, 23 de junio de 2010

Relato de cómo llegué a ser padre (I)

Bienvenidas y bienvenidos.
Relatos desde la Paternidad pretende ser un espacio de reflexión sobre la paternidad. Para inaugurar el blog qué mejor que hacerlo con la crónica del nacimiento de mi paternidad. He aquí la primera parte del relato. Espero la disfruten.

Parece que fue ayer dice la canción y así me sigue pareciendo. Miércoles 19 de mayo de 2010, cerca de las cinco de la tarde me habla para avisarme que tuvo un poco de sangre, pero que no me preocupe, que no ha sentido contracciones. No me preocupo pero sé que ha llegado el momento y me apuro a entregar calificaciones y cerrar asuntos pendientes en la universidad. Ya en el auto, de regreso a casa, trato de recordar las cosas que aún nos quedan por comprar: la fruta para los jugos pues dicen que se necesitan cosas que den energías, lo del flan napolitano… Ya en casa la veo bastante tranquila, aún conserva esa tranquilidad que tuvo durante todo el embarazo, sin embargo tiene un aire como de ausente, como de preparación para un largo viaje. Me dice que sí y después olvida lo que le estaba platicando. Hace un esfuerzo por concentrarse y me cuenta que habló con las parteras que nos van a acompañar, que necesita enviarles los resultados de los últimos análisis. Acordamos ir a las compras y después pasar a un cibercafé a enviar estos papeles. Ya en las compras, al ir hablando y ver que me veían raro volteo a ella y no la encuentro, vuelvo la mirada atrás y la veo detenida, con la vista clavada en el piso, sosteniéndose de una columna: tiene su primera contracción. Voy con ella y al preguntarle si estaba bien, pone el dedo en la boca y me pide silencio. Sé que todavía no es el momento pero mejor apurar la vuelta a casa. Terminamos la compra, vamos al ciber y una breve discusión pues ella se desespera con estas maquinas y a mí me empieza a parecer inoportuno esto de andar entregando análisis en estos momentos pues las contracciones continúan. Subimos al auto, respiro profundamente y le tomo de la mano, una discusión es lo que menos necesitamos.
Ya en casa empezamos a tomar la frecuencia de las contracciones. Son las nueve de la noche y éstas vienen cada 20 minutos. A las diez de la noche vienen cada 15 minutos. Nos tomamos de las manos, frente a frente, y nos decimos que no pasa nada, que hay que estar tranquilos, que la energía se necesita para después. Y sin embargo, empiezo a sentir un ligero cosquilleo en las palmas de las manos y me cuesta trabajo doblar los dedos. Algo similar a lo que sentía cuando estaba en la fila para descender a rappel por la pendiente de una montaña, siendo que me dan miedo las alturas y me ponen nervioso los puentes peatonales. Pero llega un poco de tranquilidad cuando las parteras nos avisan que vienen para acá, que en cuanto preparen sus cosas emprenden el viaje. Un viaje de más de dos horas, desde la ciudad hasta la sierra.
Con esta noticia le digo que tiene que descansar, ahorrar energías. Así que le pido que trate de dormir. Entretanto hay que terminar los últimos preparativos. Armar la tina y llenarla, el aroma de lavanda en el baño y la recamara, esterilizar las telas… continuas visitas a la recámara para ver cómo está, qué necesita.
2 de la mañana del 20 de mayo de 2010. Llegan las parteras, la revisan y le dicen que va muy bien pero que trate de descansar. Se van todos a descansar y yo con cosas por terminar. Que la tina no venía completa, idear algo para que quede, preparar las bolsas, los recipientes. Extenuado me tumbo en el sofá en el silencio de la noche. Vienen a mi mente muchos recuerdos. Mi padre recién muerto el primero de ellos. Lo veo pequeñito, encogido y sonriente en la última noche vieja. Escucho las últimas palabras que me dijo a través de la línea telefónica unos pocos días antes de morir: “Yo estoy bien, no te preocupes por mí, pero sólo te voy a pedir una cosa, que cuides mucho a mi nieto”. Siento un nudo en la garganta que me duele profundamente. Me enjuago las lágrimas y trato de pensar en otra cosa. Agito la cabeza y me viene a la mente su mirada en la noche de Sevilla, su mirada en esa que sería la primera de muchas noches en que nos quedáramos a dormir en la calle al encontrarnos sin dinero en un país ajeno. Esa noche en la que los dos, en medio de la lluvia totalmente empapados y con nuestras mochilas al hombro, supimos que éramos el uno para el otro y que íbamos a pasar por muchas situaciones difíciles pero que siempre íbamos a estar ahí, el uno para el otro.
Esa mirada me devolvió el ánimo y más resuelto volví a la recámara. La tina seguía llenándose. El murmullo del agua se confundía un poco con su respiración. Dormía, aunque regularmente aceleraba su respiración y se contraía. Podía ver que en medio de sus sueños realizaba sus ejercicios para controlar el dolor. Me recosté detrás de ella y la abrace. En cuanto sintió mi cuerpo tomo mis brazos y los estrecho aún más a ella. Miré el celular para ver la hora: 3: 30 de la mañana. Me sentí profundamente cansado, alargué el brazo y apague la lámpara. Después… el sueño.